Hola, tal vez ya me conozcan,
-cómo no conocerme-, soy la hermosa, joven y perfecta sobrina del reverendo
Parris. Mi nombre es Abigail, Abigail Williams, con mi tío vivimos en Salem,
una pequeña congregación, si se puede decir, de aldeanos adeptos a la religión,
el cristianismo, la moral, la ética, las buenas costumbres, y cualquier cosa
que se apegue a eso. Cualquier tipo de vida que se pueda gestar en este lugar,
gira en torno a todo lo dicho anteriormente, e incluso más. En este último
tiempo me he podido percatar de eso, y también de que la mayoría, sino todas,
las muchachas que aquí viven estas atestadas y sofocadas con todas estas
reglas, todos los mandamientos, las obligaciones que nos impone el reverendo. Es
por eso, que para hacer este lugar algo más interesante, le pedí a Tituba, la sirvienta que trajo el
tío Parris de Barbados – país reconocido por la práctica de la santería-, que
me ayudara a hacer un conjuro, “un bebedizo” como dice ella. Reuní a doce
muchachas, y seguimos al pie de la letra las indicaciones de Tituba. Betty, mi
prima, estaba con nosotros y fue quien lamentablemente quien sacó la “peor
parte” en todo esto, al parecer agarró una enfermedad que la tiene inerte en su
cama. Se esparció inicialmente el rumor de que intentábamos dilucidar el porqué
de las muertes de las siete hijas de la señora Putnam, invocando y preguntándoles
a sus espíritus; creo que lo asociaron con la participación de la única hija de
los Putnam, Ruth. Pero mi verdadero objetivo era lograr la infelicidad, el
sufrimiento o incluso la muerte de la maldita Elisabeth Proctor. Ella es mi
único obstáculo para ser feliz con John Proctor, su marido, pero mi hombre.
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Imagen extraida de es.pinterest.com/eyesofacannibal |
No puedo creer lo que nos has hecho sin el menor remordimiento, que Dios se apiade de tu alma mujer pecadora, como si practicar actos profanos no fuera suficiente intentaste usar brujería y nos mentiste a todos. No puedo creer que confié en ti, tus padres estarían decepcionados.
ResponderEliminarCon que al fin te has dignado a relatar todos lo que nos obligaste hacer y no queríamos. Ingrata, culpaste a Tituba frente a todos, dejándote como la niña objeto, la niña víctima, cuando tú eras quien estaba detrás de esto. Espero Dios se apiade de tu alma, porque por mí, no tendrías perdón.
ResponderEliminarLo sabía muchacha. Desde que llegué algo había sentido en ti, y no me equivocaba... nunca lo hago. No eres para nada sincera y solo piensas en ti. ¡Dios! intente advertirlos a todos, pero, como siempre, lo más obvio es lo que menos quieren escuchar.
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